Presentación de Gonzalo Contreras
(Giorgio de Chirico)
Presentación
Han pasado 33 años desde aquel fatídico 11 de septiembre de 1973, el más simbólico de los golpes militares en Latinoamérica, y 16 trabajosos años de transición a una perfectible democracia.
Desde entonces mucha poesía ha pasado bajo y sobre los puentes: de la mítica Isla Dawson de Aristóteles España a la legendaria Unión Chica (1) en el céntrico Nueva York 11 de Jorge Teillier, siguiendo por la Daduic londinense del flemático Thito Valenzuela, o por los Mapas de Ámsterdam de Enrique Giordano, o por el electrizante Derrumbe de Occidente de Claudio Giaconi, o el aterrizaje Con sangre en el ojo en el México querido de Eugenia Echeverría, hasta llegar a los nostálgicos lagos de Estocolmo de Sergio Canut de Bon. Y el periplo continúa, el tour de force avanza por la provincia señalada: por ahí vemos a Juan Cameron con su Perro de circo colonizando los campos de Pedegua; a Nicanor Parra construyendo El hombre imaginario y predicando como el Cristo del Elqui en las costas de Las Cruces; a Tomás Harris transitando Las zonas de peligro allá abajo, por Orompello; al ex-poeta José Ángel Cuevas en el bunker de La Piojera (2), preguntándole a la concurrencia: y a los alcohólicos de Chile ¿quién los mató?, ¿quién los vengará?; a César Soto clamando en el desierto su proscrito Retrato hablado; a Elvira Hernández enarbolando La bandera de Chile en las cárceles secretas de la CNI (3); a Stella Díaz Varín resistiendo hasta el final, por los senderos de la Villa Olímpica; a Rodrigo Lira, desangrándose en una tina de baño, soñando con su Proyecto de obras completas; a Enrique Lihn escribiendo su Diario de muerte antes de partir tan tempranamente; a Raúl Zurita en el Purgatorio elevando una plegaria por La vida nueva; a Floridor Pérez enviando a su amada Cartas de prisionero; a Diego Maquieira volando en sus Sea Harrier reinventando el códice chilensis; a Álvaro Ruiz disparando a Orillas del canal, bajo los cielos de Rungue, en homenaje a sus amigos muertos. Los demás, todos bien repartidos por el mundo. Tanto había acontecido que en su momento cobraba un brutal sentido la tétrica interrogante que alguna vez se hiciera Mauricio Redolés en uno de sus textos-canciones, ¿Qué será de mi torturador?, una pregunta que nos retrotrae en el tiempo y nos sitúa en la época más siniestra de nuestra historia. Fueron 17 largos años, tanto para los que partieron como para los que permanecimos entre el Océano Pacífico y la Cordillera de los Andes. Por suerte para nosotros, entre estas dos majestuosas fronteras corría a raudales toda la poesía de Huidobro, Mistral,Neruda, De Rokha, y la de nuestros mayores más cercanos: Parra, Lihn, Teillier, Anguita y Rojas. Los leímos, los escuchamos, y la oscuridad fue menor.
Para los que nos quedamos, adolescentes en ese tiempo, comenzaba toda una praxis de vida distinta, había que realizar otra lectura de esta nueva sociedad que irrumpía. Hubo que crear nuevos códigos, nuevas estrategias de convivencia en un país –como diría Teillier– donde la delación llegaría a ser una virtud. Sin mayores referentes políticos ni sociales, con todos los canales culturales clausurados, el panorama se veía desesperanzador. Con la omnipresencia del terrorismo de Estado cualquier acto de disidencia sería fatal. En este contexto se tuvieron que formar al menos dos generaciones de artistas e intelectuales y es aquí donde cobra su real importancia la entrega generosa que hicieron poetas como Enrique Lihn, Ennio Moltedo, Miguel Arteche, Jorge Teillier, Nicanor Parra, Juan Cameron, Juan Luis Martínez, César Soto, Stella Díaz Varín, Alberto Rubio, Floridor Pérez, Mario Ferrero, y tantos otros –como Andrés Sabella– que hicieron lo suyo desde apartadas regiones del país. Estos hombres lograron con el tiempo crear sólidos nexos con los nuevos legionarios. Abrieron sus casas, sus bibliotecas y su conocimiento, estableciendo de esta manera una dinámica de continuidad y recambio en nuestra poesía de fin de siglo.
En términos personales siempre me sentí en deuda con la poesía de esta larga y angosta faja de tierra y con mis amigos poetas en especial. Al igual que Diego Maquieira, también creo que en lo fundamental a uno lo educan los amigos. Así las cosas ya era tiempo de realizar un debido arqueo de la poesía escrita durante el régimen militar. Hasta ahora esta lectura estaba pendiente, el trabajo ofrecía sus dificultades, partiendo por el gran número de creadores: los de adentro, los de afuera, muchos los libros desperdigados por el mapamundi, y poca la información en la red de bibliotecas del país.
En la actualidad existen varias antologías en relación al tema, pero suelen ser muestras que obedecen a parámetros restringidos –de género, geográficos, generacionales, sociales, o políticos–. Por esta razón nos propusimos esta vez dar cuenta, en toda su magnitud, de la riqueza y complejidad de la poesía chilena de los años 1973-1990.
Este trabajo consta de dos volúmenes: el primero incluye a los poetas que vivieron y publicaron en Chile y el segundo considera a los que, obligados por las circunstancias, escribieron desde el otro exilio. Sin duda, hacer una selección ha sido difícil, nos hemos encontrado con excelente poesía y son muchos los que merecerían estar –tienen obra y mérito de sobra– pero por restricciones de espacio incluimos sólo a los más representativos de aquellas tendencias que se manifestaron en nuestro medio. Todos estos poetas contribuyeron decisivamente a mantener viva la cultura del país, publicaron a pesar de la censura, se inventaron otros nombres, crearon vínculos, se atrevieron a romper el aislamiento y, tras la paletada, sacaron la voz. Hicieron de la poesía un acto de fe en el ser humano, restituyéndole la dignidad a un sueño en su hora más amarga.
Y todas estas bestias son de aquí de este lugar hermoso, como diría el más cool de los poetas de la República, nuestro querido Ennio Moltedo; uno más de los que nunca salieron del horroroso Chile.
Se quedó, y desde su bartlebyniano reducto de las Ediciones Universitarias de Valparaíso hizo posible, junto a sus entusiastas colegas, la publicación de nuestras primeras revistas de literatura. Esto hay que decirlo: si bien es cierto que en ese entonces la represión era feroz, paradójicamente y producto de las mismas circunstancias, –la censura, el discurso y la acción política confinada, la prensa en manos del régimen, la persecución a los artistas e intelectuales– la actividad cultural se multiplicó como los panes y los peces. Se producía el milagro, la efervescencia artística se daba en todo el país y de sobremanera en las universidades, al alero de las organizaciones estudiantiles, ONG, y en algunos espacios dispuestos por el a la más progresista de la Iglesia Católica. Aparecían pequeñas editoriales, revistas, grupos de teatro como el Teniente Bello, el ICTUS, se organizaban lecturas, encuentros de escritores, talleres literarios. De esta manera la sociedad civil creaba y mantenía sus propios referentes éticos, se era parte de una resistencia cultural activa. En ese sentido la poesía chilena, con todo el peso de su tradición, resistió desde el primer día y con el tiempo fue abriendo espacios para la incipiente lucha política que se iniciaba. Recordemos cómo desde el mismísimo día del golpe “La pelirroja de Apollinaire” se hace presente. En su última hora, en sus últimas palabras, el presidente Salvador Allende, combatiendo a los golpistas como el excelso romántico que era, apela más al discurso poético que al discurso político (4), y con ese mítico gesto salvaguarda y deja intacta la utopía en el imaginario poético de nuestra historia.
Desde ese hito en adelante la poesía se abrió paso desde los más diversos puntos del planeta, el bombardeo de los cazas Hawker Hunter sobre el Palacio de la Moneda producía su efecto mariposa. En Pekín el gobierno chino, con su pragmatismo milenario, reconocía al gobierno de facto al día siguiente del golpe.
Hasta ahí todo bien si no fuera por un pequeño inconveniente: el representante del gobierno de Allende en la República Popular China era el poeta Armando Uribe y éste, en esa hora crucial, no sólo condenó y denunció el golpe Urbi et Orbi, sino que también se negó (cuando se lo exigieron sus anfitriones) a abandonar su embajada, actitud que colmó la paciencia oriental de los mandarines. Al poeta lo sacaron y lo pusieron sin dilación en un avión rumbo a París. Uribe resistía en Pekín. Claudio Giaconi denunciaba el golpe desde los teletipos de la Agencia UPI de Nueva York, José de Rokha lo condenaba desde México, Gonzalo Rojas desde Cuba, Mahfud Massís en Venezuela.
En Santiago, a doce días después del “tremblement du ciel et de terre”, muere Pablo Neruda. Su funeral se convierte en el primer acto político de resistencia masiva a la junta militar, las banderas del Partido Comunista –su partido de toda la vida– flamearon en su último adiós. Las consignas y La Internacional (5) desafiaron a lo largo de todo el cortejo la férrea vigilancia militar dispuesta por los aparatos de seguridad. Una suerte de heroísmo-suicida se volcaba a las calles. Neruda, desde su propio lecho de muerte, generaba esta digna resistencia en el pueblo de Chile, su figura se convertía en la mejor arma contra el régimen, y no había un lugar en esta loca geografía donde no se hiciera presente la fuerza ancestral de su palabra.
A la hora del recuento, el conjunto de estos actos nos demuestra una verdad insoslayable: durante la dictadura la poesía chilena dio claras muestras de ser una reserva ética de primer orden, inclaudicable en su lucha por una sociedad más justa, pluralista y democrática. Pero esta reserva no se entiende sin la tradición de nuestra poesía del siglo XX, desde Carlos Pezoa Véliz en adelante. Basta con mencionar los escritos políticos de Gabriela Mistral -premiada con el Nóbel en 1945-, el ideal libertario de Huidobro –que lo llevó a combatir contra el nazismo–, la rebeldía a ultranza de Pablo de Rokha, la decidida defensa de Neruda en pro de la República durante la Guerra Civil Española (6) y su Yo Acuso en contra de Gabriel González Videla (7) –que le costaría la persecución y el exilio. Todos estos hechos fueron configurando una tradición libertaria que inspiró a las nuevas generaciones, y que en la práctica preservó una memoria para que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrieran las grandes alamedas.
En Chile siempre ha existido una íntima relación entre poesía y política. Una relación que, como revela esta muestra, es inagotable en sus matices, sugerente en sus variantes: directa, elusiva, irónica, cruel, lúdica, solemne, culta, popular, vanguardista, hermética, sarcástica, irreverente. En suma, una relación que va más allá de lo meramente poético y político. Una alquimia que en su accionar redime lo humano, el nietzscheano demasiado humano.
Gonzalo Contreras.
La Jolla - San Diego
Alajuela - Costa Rica
Notas:
1.- “La Unión Chica”: mítico bar ubicado en la calle Nueva York 11, en el centro de Santiago. Lugar de encuentro de algunos poetas como Jorge Teillier, Rolando Cárdenas, Ramón Díaz, Enrique Valdés, Alvaro Ruiz, Aristóteles España, Mardoqueo Cáceres, Ivan Teiller, y el legendario “Chico Molina”.
2.- “La Piojera”: famoso bar situado en el barrio Mapocho de Santiago, declarado monumento nacional por representar uno de los íconos más conocidos de la cultura popular chilena.
3.- CNI: Central Nacional de Informaciones, que junto a la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional), llevaron a la práctica el terrorismo de Estado impuesto por el gobierno militar. Esta política represiva significó la muerte y la desaparición de más de tres mil chilenos.
4.- Último discurso de Salvador Allende. “Seguramente ésta será la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de radio Portales y radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron… soldados de Chile, Comandantes en Jefe titulares, el almirante Merino que se ha autodesignado, más el señor Mendoza, General rastrero que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al gobierno, también se ha nominado Director General de Carabineros. Ante estos hechos, sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza. Podrán avasallarnos. Pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen… ni con la fuerza. La historia es
nuestra y la hacen los pueblos.
Trabajadores de mi patria, quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron. La confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia. Que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección. El capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara Schneider y que reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas, esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios.
Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la obrera que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la patria, a los profesionales patriotas, a los que hace días estuvieron trabajando contra la sedición auspiciada por los Colegios Profesionales, colegios de clase para defender también las ventajas que una sociedad capitalista da a unos pocos.
Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron, entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos… porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente, en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando la línea férrea, destruyendo los oleoductos y los gasoductos, frente al silencio de los que tenían la obligación de proceder: estaban comprometidos. La historia los juzgará.
Seguramente radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa. Lo seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a la lealtad de los trabajadores. El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar, ni acribillar; pero tampoco puede humillarse. Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.
Santiago de Chile, 11 de septiembre de 1973.
5.- La Internacional: himno del Partido Comunista.
6.- Pablo Neruda era cónsul de Chile de Madrid cuando estalla la Guerra Civil Española. Desde ese cargo gestiona ante su gobierno la llegada de refugiados republicanos al puerto de Valparaíso. La travesía se realiza a bordo del Winnipeg el año 1939.
7.- Gabriel González Videla: Presidente de Chile durante el período 1946-1952. Llegó a la presidencia con los votos de los Comunistas. Una vez en el poder proscribió a ese partido a través de una ley, conocida como la Ley Maldita.
Desde entonces mucha poesía ha pasado bajo y sobre los puentes: de la mítica Isla Dawson de Aristóteles España a la legendaria Unión Chica (1) en el céntrico Nueva York 11 de Jorge Teillier, siguiendo por la Daduic londinense del flemático Thito Valenzuela, o por los Mapas de Ámsterdam de Enrique Giordano, o por el electrizante Derrumbe de Occidente de Claudio Giaconi, o el aterrizaje Con sangre en el ojo en el México querido de Eugenia Echeverría, hasta llegar a los nostálgicos lagos de Estocolmo de Sergio Canut de Bon. Y el periplo continúa, el tour de force avanza por la provincia señalada: por ahí vemos a Juan Cameron con su Perro de circo colonizando los campos de Pedegua; a Nicanor Parra construyendo El hombre imaginario y predicando como el Cristo del Elqui en las costas de Las Cruces; a Tomás Harris transitando Las zonas de peligro allá abajo, por Orompello; al ex-poeta José Ángel Cuevas en el bunker de La Piojera (2), preguntándole a la concurrencia: y a los alcohólicos de Chile ¿quién los mató?, ¿quién los vengará?; a César Soto clamando en el desierto su proscrito Retrato hablado; a Elvira Hernández enarbolando La bandera de Chile en las cárceles secretas de la CNI (3); a Stella Díaz Varín resistiendo hasta el final, por los senderos de la Villa Olímpica; a Rodrigo Lira, desangrándose en una tina de baño, soñando con su Proyecto de obras completas; a Enrique Lihn escribiendo su Diario de muerte antes de partir tan tempranamente; a Raúl Zurita en el Purgatorio elevando una plegaria por La vida nueva; a Floridor Pérez enviando a su amada Cartas de prisionero; a Diego Maquieira volando en sus Sea Harrier reinventando el códice chilensis; a Álvaro Ruiz disparando a Orillas del canal, bajo los cielos de Rungue, en homenaje a sus amigos muertos. Los demás, todos bien repartidos por el mundo. Tanto había acontecido que en su momento cobraba un brutal sentido la tétrica interrogante que alguna vez se hiciera Mauricio Redolés en uno de sus textos-canciones, ¿Qué será de mi torturador?, una pregunta que nos retrotrae en el tiempo y nos sitúa en la época más siniestra de nuestra historia. Fueron 17 largos años, tanto para los que partieron como para los que permanecimos entre el Océano Pacífico y la Cordillera de los Andes. Por suerte para nosotros, entre estas dos majestuosas fronteras corría a raudales toda la poesía de Huidobro, Mistral,Neruda, De Rokha, y la de nuestros mayores más cercanos: Parra, Lihn, Teillier, Anguita y Rojas. Los leímos, los escuchamos, y la oscuridad fue menor.
Para los que nos quedamos, adolescentes en ese tiempo, comenzaba toda una praxis de vida distinta, había que realizar otra lectura de esta nueva sociedad que irrumpía. Hubo que crear nuevos códigos, nuevas estrategias de convivencia en un país –como diría Teillier– donde la delación llegaría a ser una virtud. Sin mayores referentes políticos ni sociales, con todos los canales culturales clausurados, el panorama se veía desesperanzador. Con la omnipresencia del terrorismo de Estado cualquier acto de disidencia sería fatal. En este contexto se tuvieron que formar al menos dos generaciones de artistas e intelectuales y es aquí donde cobra su real importancia la entrega generosa que hicieron poetas como Enrique Lihn, Ennio Moltedo, Miguel Arteche, Jorge Teillier, Nicanor Parra, Juan Cameron, Juan Luis Martínez, César Soto, Stella Díaz Varín, Alberto Rubio, Floridor Pérez, Mario Ferrero, y tantos otros –como Andrés Sabella– que hicieron lo suyo desde apartadas regiones del país. Estos hombres lograron con el tiempo crear sólidos nexos con los nuevos legionarios. Abrieron sus casas, sus bibliotecas y su conocimiento, estableciendo de esta manera una dinámica de continuidad y recambio en nuestra poesía de fin de siglo.
En términos personales siempre me sentí en deuda con la poesía de esta larga y angosta faja de tierra y con mis amigos poetas en especial. Al igual que Diego Maquieira, también creo que en lo fundamental a uno lo educan los amigos. Así las cosas ya era tiempo de realizar un debido arqueo de la poesía escrita durante el régimen militar. Hasta ahora esta lectura estaba pendiente, el trabajo ofrecía sus dificultades, partiendo por el gran número de creadores: los de adentro, los de afuera, muchos los libros desperdigados por el mapamundi, y poca la información en la red de bibliotecas del país.
En la actualidad existen varias antologías en relación al tema, pero suelen ser muestras que obedecen a parámetros restringidos –de género, geográficos, generacionales, sociales, o políticos–. Por esta razón nos propusimos esta vez dar cuenta, en toda su magnitud, de la riqueza y complejidad de la poesía chilena de los años 1973-1990.
Este trabajo consta de dos volúmenes: el primero incluye a los poetas que vivieron y publicaron en Chile y el segundo considera a los que, obligados por las circunstancias, escribieron desde el otro exilio. Sin duda, hacer una selección ha sido difícil, nos hemos encontrado con excelente poesía y son muchos los que merecerían estar –tienen obra y mérito de sobra– pero por restricciones de espacio incluimos sólo a los más representativos de aquellas tendencias que se manifestaron en nuestro medio. Todos estos poetas contribuyeron decisivamente a mantener viva la cultura del país, publicaron a pesar de la censura, se inventaron otros nombres, crearon vínculos, se atrevieron a romper el aislamiento y, tras la paletada, sacaron la voz. Hicieron de la poesía un acto de fe en el ser humano, restituyéndole la dignidad a un sueño en su hora más amarga.
Y todas estas bestias son de aquí de este lugar hermoso, como diría el más cool de los poetas de la República, nuestro querido Ennio Moltedo; uno más de los que nunca salieron del horroroso Chile.
Se quedó, y desde su bartlebyniano reducto de las Ediciones Universitarias de Valparaíso hizo posible, junto a sus entusiastas colegas, la publicación de nuestras primeras revistas de literatura. Esto hay que decirlo: si bien es cierto que en ese entonces la represión era feroz, paradójicamente y producto de las mismas circunstancias, –la censura, el discurso y la acción política confinada, la prensa en manos del régimen, la persecución a los artistas e intelectuales– la actividad cultural se multiplicó como los panes y los peces. Se producía el milagro, la efervescencia artística se daba en todo el país y de sobremanera en las universidades, al alero de las organizaciones estudiantiles, ONG, y en algunos espacios dispuestos por el a la más progresista de la Iglesia Católica. Aparecían pequeñas editoriales, revistas, grupos de teatro como el Teniente Bello, el ICTUS, se organizaban lecturas, encuentros de escritores, talleres literarios. De esta manera la sociedad civil creaba y mantenía sus propios referentes éticos, se era parte de una resistencia cultural activa. En ese sentido la poesía chilena, con todo el peso de su tradición, resistió desde el primer día y con el tiempo fue abriendo espacios para la incipiente lucha política que se iniciaba. Recordemos cómo desde el mismísimo día del golpe “La pelirroja de Apollinaire” se hace presente. En su última hora, en sus últimas palabras, el presidente Salvador Allende, combatiendo a los golpistas como el excelso romántico que era, apela más al discurso poético que al discurso político (4), y con ese mítico gesto salvaguarda y deja intacta la utopía en el imaginario poético de nuestra historia.
Desde ese hito en adelante la poesía se abrió paso desde los más diversos puntos del planeta, el bombardeo de los cazas Hawker Hunter sobre el Palacio de la Moneda producía su efecto mariposa. En Pekín el gobierno chino, con su pragmatismo milenario, reconocía al gobierno de facto al día siguiente del golpe.
Hasta ahí todo bien si no fuera por un pequeño inconveniente: el representante del gobierno de Allende en la República Popular China era el poeta Armando Uribe y éste, en esa hora crucial, no sólo condenó y denunció el golpe Urbi et Orbi, sino que también se negó (cuando se lo exigieron sus anfitriones) a abandonar su embajada, actitud que colmó la paciencia oriental de los mandarines. Al poeta lo sacaron y lo pusieron sin dilación en un avión rumbo a París. Uribe resistía en Pekín. Claudio Giaconi denunciaba el golpe desde los teletipos de la Agencia UPI de Nueva York, José de Rokha lo condenaba desde México, Gonzalo Rojas desde Cuba, Mahfud Massís en Venezuela.
En Santiago, a doce días después del “tremblement du ciel et de terre”, muere Pablo Neruda. Su funeral se convierte en el primer acto político de resistencia masiva a la junta militar, las banderas del Partido Comunista –su partido de toda la vida– flamearon en su último adiós. Las consignas y La Internacional (5) desafiaron a lo largo de todo el cortejo la férrea vigilancia militar dispuesta por los aparatos de seguridad. Una suerte de heroísmo-suicida se volcaba a las calles. Neruda, desde su propio lecho de muerte, generaba esta digna resistencia en el pueblo de Chile, su figura se convertía en la mejor arma contra el régimen, y no había un lugar en esta loca geografía donde no se hiciera presente la fuerza ancestral de su palabra.
A la hora del recuento, el conjunto de estos actos nos demuestra una verdad insoslayable: durante la dictadura la poesía chilena dio claras muestras de ser una reserva ética de primer orden, inclaudicable en su lucha por una sociedad más justa, pluralista y democrática. Pero esta reserva no se entiende sin la tradición de nuestra poesía del siglo XX, desde Carlos Pezoa Véliz en adelante. Basta con mencionar los escritos políticos de Gabriela Mistral -premiada con el Nóbel en 1945-, el ideal libertario de Huidobro –que lo llevó a combatir contra el nazismo–, la rebeldía a ultranza de Pablo de Rokha, la decidida defensa de Neruda en pro de la República durante la Guerra Civil Española (6) y su Yo Acuso en contra de Gabriel González Videla (7) –que le costaría la persecución y el exilio. Todos estos hechos fueron configurando una tradición libertaria que inspiró a las nuevas generaciones, y que en la práctica preservó una memoria para que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrieran las grandes alamedas.
En Chile siempre ha existido una íntima relación entre poesía y política. Una relación que, como revela esta muestra, es inagotable en sus matices, sugerente en sus variantes: directa, elusiva, irónica, cruel, lúdica, solemne, culta, popular, vanguardista, hermética, sarcástica, irreverente. En suma, una relación que va más allá de lo meramente poético y político. Una alquimia que en su accionar redime lo humano, el nietzscheano demasiado humano.
Gonzalo Contreras.
La Jolla - San Diego
Alajuela - Costa Rica
Notas:
1.- “La Unión Chica”: mítico bar ubicado en la calle Nueva York 11, en el centro de Santiago. Lugar de encuentro de algunos poetas como Jorge Teillier, Rolando Cárdenas, Ramón Díaz, Enrique Valdés, Alvaro Ruiz, Aristóteles España, Mardoqueo Cáceres, Ivan Teiller, y el legendario “Chico Molina”.
2.- “La Piojera”: famoso bar situado en el barrio Mapocho de Santiago, declarado monumento nacional por representar uno de los íconos más conocidos de la cultura popular chilena.
3.- CNI: Central Nacional de Informaciones, que junto a la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional), llevaron a la práctica el terrorismo de Estado impuesto por el gobierno militar. Esta política represiva significó la muerte y la desaparición de más de tres mil chilenos.
4.- Último discurso de Salvador Allende. “Seguramente ésta será la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de radio Portales y radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron… soldados de Chile, Comandantes en Jefe titulares, el almirante Merino que se ha autodesignado, más el señor Mendoza, General rastrero que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al gobierno, también se ha nominado Director General de Carabineros. Ante estos hechos, sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza. Podrán avasallarnos. Pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen… ni con la fuerza. La historia es
nuestra y la hacen los pueblos.
Trabajadores de mi patria, quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron. La confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia. Que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección. El capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara Schneider y que reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas, esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios.
Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la obrera que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la patria, a los profesionales patriotas, a los que hace días estuvieron trabajando contra la sedición auspiciada por los Colegios Profesionales, colegios de clase para defender también las ventajas que una sociedad capitalista da a unos pocos.
Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron, entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos… porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente, en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando la línea férrea, destruyendo los oleoductos y los gasoductos, frente al silencio de los que tenían la obligación de proceder: estaban comprometidos. La historia los juzgará.
Seguramente radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa. Lo seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a la lealtad de los trabajadores. El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar, ni acribillar; pero tampoco puede humillarse. Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.
Santiago de Chile, 11 de septiembre de 1973.
5.- La Internacional: himno del Partido Comunista.
6.- Pablo Neruda era cónsul de Chile de Madrid cuando estalla la Guerra Civil Española. Desde ese cargo gestiona ante su gobierno la llegada de refugiados republicanos al puerto de Valparaíso. La travesía se realiza a bordo del Winnipeg el año 1939.
7.- Gabriel González Videla: Presidente de Chile durante el período 1946-1952. Llegó a la presidencia con los votos de los Comunistas. Una vez en el poder proscribió a ese partido a través de una ley, conocida como la Ley Maldita.
2 Comments:
Gonzalo, ¿por qué te has puesto selectivo, hermano, y te has olvidado del Huelén? Ahí naciste, mientras nos vigilaban pistolas en sobaqueras.
Huelén está ahora al pie de La Campana, en Olmué, e invita a todos los poetas de la 5a. Región a participar en el "Concurso Regional de Poesía Olmué 2006". Bases en blog CENTRO CULTURAL DE OLMUE INFORMA.
"Huelén", mítica Revista Literaria al alero del Gigante Hernán Ortega.
Inolvidables personajes pasaron por la Casona de Avenida España, que fue lugar de creación, encuentro y salvación para muchos...
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